La cotidianidad ha tomado nuestros cuerpos,
los ha atravesado, los ha desmembrado;
y ha puesto todo en su justo y preciso lugar.
Ha alimentado la ilusión,
ha reanimado mitos y tanto ayer como hoy
debemos lanzar el grito.
Más que en el cielo,
hay que poner el grito en la calle,
con un amor violento,
dejarlo en la calle
sacarlo de abajo de las frazadas,
de adentro de los zapatos,
abrir la heladera vacía
y alimentarnos de él.
Poner el grito en la calle.
y ensordecer los oídos
de los hombres sin palabras.
Poner el grito en el cielo?...
mejor, llevarlo agarrado del cuerpo,
de la garganta,
y en un cierto instante,
en un preciso momento,
cuando la vida se escapa
en una espera tan absurda como
aquello que se espera,
soltarlo.
Dejarlo ir como si fuera el ultimo
hilo de voz, el último respiro...
sólo soltarlo ahí... en la calle,
en las puertas cerrada,
en los almacenes,
en las farmacias,
en las farmacias,
en los días cotidiano que nos desgastan.
Dejar un grito inquieto en la calle
y cruzarnos al kiosco de enfrente
y decir amablemente,
me das un atado de 20?
Julio Vgs
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